David Graeber, 2004, Fragments of an Anarchist Archeology, Prickly Paradigm Press, p. 9-12 [traducción propia basada en la de Ambar Sewell, 2011]
David Graeber formula aquí la pregunta a la que trata de responder en el mencionado librito. Me pareció sugerente, como tantas cosas del autor. Todo lo que sigue es cita del autor:
¿Qué clase de teoría social pudiera ser realmente de interés para aquellxs que están intentando contribuir a construir un mundo en el que la gente sea libre para gobernar sus propios asuntos?
Para empezar diría que una teoría de esta clase tendría que empezar a partir de algunas asunciones. No muchas. Probablemente sólo dos. Primero, tendría que proceder a partir de la asunción de que […] «Otro mundo es posible». Que las instituciones como el estado, el capitalismo, el racismo y el dominación masculina no son inevitables; que sería posible un mundo en que estas cosas no existieran, y que a todos nos iría mejor como resultado de su desaparición. Comprometerse con este principio es casi un acto de fe porque ¿cómo podemos tener certeza sobre estos asuntos? […]
La segunda proposición, diría, es que cualquier teoría anarquista debería rechazar de manera consciente cualquier vestigio de vanguardismo. El rol de los intelectuales no es definitivamente el de formar una élite que pueda desarrollar los análisis estratégicos correctos y liderar luego a las masas para que los sigan. Pero entonces, ¿cuál es su papel? Éste es uno de los motivos por los que
he titulado este ensayo «Fragmentos de una antropología anarquista», porque considero que éste es un campo en el que la antropología está especialmente bien posicionada para ayudar. Y no solo porque la mayoría de comunidades basadas en el autogobierno y las economías que no son de mercado realmente existentes en el mundo hayan sido investigadas por antropólogos, y no por sociólogos o historiadores. También es porque la etnografía proporciona un cierto modelo, aunque muy rudimentario e incipiente, de cómo podría funcionar una práctica intelectual revolucionaria no vanguardista. Cuando alguien lleva a cabo una etnografía, observa lo que la gente hace, tratando de extraer las lógicas simbólica, moral o pragmática que subyacen a sus acciones; intenta encontrar un sentido a los hábitos y de las acciones de un grupo del que el propio grupo no es completamente consciente. Un rol evidente para el intelectual radical es precisamente ese: observar a aquellos que están creando alternativas viables, intentar identificar cuáles pueden ser las implicaciones menos evidentes de lo que (ya) se está haciendo, y devolver esas ideas no como prescripciones, sino como contribuciones, posibilidades — como dones.*
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* Graeber escribe a continuación de la «economía del don» de Marcel Mauss
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