Convivialidad o convivencialidad en Iván Illich

Iván Illich con Valentina Borremans, años 70. Foto: James S. Roberts, Northwestern Digital Libraries Collection.

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Fuente: Gustavo Esteva, 2012, La convivialidad y los ámbitos de comunidad: claves del mundo nuevo. El ensayo se publicó en el libro coordinado por el propio Esteva (2012) Repensar el mundo con Iván Illich, Guadalajara: La Casa del Mago.

En este texto en recuerdo de Iván Illich, escrito en 2012, Gustavo Esteva argumenta sobre los términos «convivialidad» y «convivencialidad» característicos de Illich. Para Esteva, amigo y buen conocedor de la obra de Illich, es más correcto usar «convivialidad».

La idea de convivialidad me parece de actualidad en ciertos debates sobre la IA. Frente a la centralización, la dependencia de grandes infraestructuras y el autoritarismo de la inteligencia artificial en sus versiones actuales algunos críticos vienen recuperando la noción illichiana de la construcción de herramientas o tecnologías conviviales. Sirvan estas notas de modesta aportación al debate.

El texto que sigue, salvo una nota, es cita de Esteva.

La convivialidad

Iván Illich concibió los que llamaba sus «panfletos de Cuernavaca» en el contexto moral, intelectual y político propio del «espíritu de los sesenta», cuando se hizo posible mostrar todo lo que la sociedad tenía de intolerable y abrirse a otra posibilidad. Sus panfletos formaban parte del despertar crítico que llevó al Club de Roma, en 1972, a demandar con urgencia límites al crecimiento económico, pero llevaron mucho más lejos las preocupaciones de éste por moderar el crecimiento demográfico y la producción y consumo de bienes. Tras demostrar la manera en que la expansión de los servicios haría más daño a la cultura que el causado por los bienes al ambiente, reveló la contraproductividad propia de todas las instituciones modernas: el hecho de que, pasado cierto umbral, empiezan a producir lo contrario de lo que proponen.

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La Real Academia Española admitió al fin la palabra convivialidad. La considera un mexicanismo que sería sinónimo de camaradería. En inglés, conviviality es una condición festiva, un acompañamiento alegre y jovial. Convivio sigue siendo una palabra común en México, que se puede usar para un festejo formal en la oficina pero más bien alude a una reunión cálida de vecinos o amigos. En 1987, al visitar uno de los horrendos departamentitos que construyó el gobierno después del terremoto de 1985, en Tepito, una señora me dijo: «Sí, las paredes y los techos están mejor… pero aquí no hay convivialidad». Resentía la pérdida del ambiente que había compartido en un típico patio de vecindad tepiteña, propicio a la convivialidad, imposible de alcanzar en la colección de encierros individualizantes que se construyeron como sustituto de lo que había destruido el terremoto.

Nota: Ignoro la razón de que los traductores del libro de Illich hayan elegido la voz convivencialidad en vez de convivialidad. Aunque pertenecen a la misma familia de significados, tienen diversas connotaciones. Tanto en francés como en inglés Illich usó convivialidad, que era una palabra de amplio uso en México, en barrios y comunidades, aunque la Real Academia Española no la haya incorporado a su diccionario hasta hace pocos años. Creo que hay buenas razones para preferir convivialidad. Según Jean Pierre Corbeau (Wikipedia) Brillat Savarin creó el neologismo para designar «el placer de vivir juntos, de buscar los equilibrios necesarios para establecer una buena comunicación, un intercambio sincero y amigable alrededor de una mesa. La convivialidad corresponde al proceso por el cual se desarrolla y asume el papel de convidado, siempre asociado a la compartencia alimentaria, superponiéndose a la comensalidad». Sería ese el sustrato en el que Illich construyó los nuevos significados de la palabra, un sustrato mucho más amplio y rico que la mera convivencia —el simple acto de vivir en compañía, de habitar bajo el mismo techo. En las citas de Illich que empleo en el texto sustituyo la palabra convivencialidad que usaron los traductores por convivialidad.

Iván Illich estaba muy consciente de todas estas connotaciones de la palabra que empleó para articular su pensamiento. Si bien la tomó de Brillat-Savarin, quien la acuñó en su Fisiología del gusto en 1825, la recogió en México y resonaba para él con el sentido que tiene entre nosotros. En todo caso, Illich cargó de nuevo sentido a la palabra, que desde él designa un nuevo marco de referencia, un nuevo tipo de sociedad. La convivialidad es ahora la libertad personal ejercida en una sociedad tecnológicamente madura que puede llamarse posindustrial. Debe distinguirse de la cohabitación fraternal y solidaria de comunidades intencionales y de otras iniciativas aisladas, como las de quienes se marginan poco a poco, con desgano y frustración, de la sociedad de consumo. Se refiere a una alternativa social que se hizo posible por la madurez plena de la industria. «Llamo sociedad convivial», escribió Illich, «a aquella en que la herramienta moderna está al servicio de la persona integrada a la colectividad y no al servicio de un cuerpo de especialistas. Convivial es la sociedad en la que el hombre controla la herramienta». Tras reconocer su deuda con Brillat-Savarin, Illich precisa «que en la acepción un poco novedosa que confiero al calificativo, convivial es la herramienta, no el hombre. Al hombre que encuentra su alegría y su equilibrio en el empleo de la herramienta convivial le llamo austero». Austeridad, aclara, no implica aislamiento o reclusión, sino lo que funda la amistad; sería una virtud que sólo excluye los placeres que degradan la relación personal. «La austeridad forma parte de una virtud que es más frágil, que la supera y que la engloba: la alegría, la eutrapelia, la amistad».

Nota: Según se lee en Wikipedia, «la eutrapelia (del griego: εὐτραπελία, eutrapelía, “ingenio”, “broma amable”) es el modo agradable, gracioso y afable en el trato común con otras personas. Es también la simpatía en la conversación, con facilidad y buen sentido del humor. Se considera una virtud, que regula sus acciones con la prudencia.»

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«La libertad y la dignidad del ser humano seguirán degradándose, estableciendo una servidumbre sin precedentes del hombre a su herramienta. A la amenaza de un apocalipsis tecnocrático, yo opongo una sociedad convivial. La sociedad convivial descansará sobre contratos sociales que garanticen a cada uno el mayor y más libre acceso a las herramientas de la comunidad, con la condición de no lesionar una igual libertad de acceso a otro».

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[…] una organización social basada en la «energía personal», es decir, la energía que cada persona puede controlar, en la libertad regulada por los principios del derecho consuetudinario, en la rearticulación de la vieja triada: persona, herramienta y sociedad, y en el sustento de todo esto en tres pilares clásicos: amistad, esperanza y sorpresa.


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