Unas notas sobre el Bartlebooth de G. Perec

Diagrama del desarrollo de La vida instrucciones de uso, de Georges Perec (1979). Sobre la sección de 10 x 10 espacios del inmueble protagonista de la novela se han dibujado los movimientos de un caballo de ajedrez para pisar todas las celdas de la retícula, menos una, sin repetir ninguna. Cada capítulo del libro se corresponde con una celda de la cuadrícula, un espacio del edificio. Y el orden del salto del caballo es el orden en que se van sucediendo los capítulos de la novela. En esta imagen se han resaltado los capítulos / espacios en los que se cuenta la historia del personaje Bartlebooth.

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«Es el veintitrés de junio de mil novecientos setenta y cinco y van a dar las ocho de la tarde. Sentado delante de su puzzle, Bartlebooth acaba de morir. Sobre el paño negro de la mesa, en algún punto del cielo crepuscular del puzzle cuatrocientos treinta y nueve, el hueco negro de la única pieza no colocada aún dibuja la figura casi perfecta de una X. Pero la pieza que tiene el muerto entre los dedos tiene la forma, previsible desde hace tiempo en su ironía misma, de una W.» [LVIdU, cap. XCIX, p. 574 de la edición de Anagrama de 2019]

Comentarios: [El nombre de] «Bartlebooth es el cruce perfecto de «Barnabooth», el millonario de Valery Larbaud, personaje vitalista que busca un sentido a su vida, y de «Bartleby», el escribiente de Melville, que encarna la viva imagen del final, de lo irremediable» [Nguyen, 2024, p. 45].

El párrafo inicial es el último del capítulo final (99) de La vida instrucciones de uso. Pregunté a mi gurú perecquiano en Tuiter, Kim Nguyen Baraldi (@kmbaraldi, 17/07/24,) sobre el enigma de la X y la W y me contestó lo siguiente:

«W para Perec:

»W como Winckler

»W como la isla imaginaria en W o el recuerdo de infancia

»W como la combinación de la V de Vilin y la V de Vercors

»W como la letra yiddish “Shin”

»W como antítesis de X

»W como error en el sistema

»W como clinamen

»W como E volcada

»W como doble vida

»W para arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente…

Más comentarios: Winckler es el artesano-artista autor de los puzzles. Vilin y Vercors parecen ser lugares perecquianos, literarios y «reales». La letra hebrea “Shin” podría significar Dios. El clinamen era un concepto lucreciano con el que explicaba la variación y la diversidad en un mundo hecho de átomos…

La respuesta de Kim Nguyen me resulta tan enigmática como la escena sobre la que preguntaba. La interpreto como otro juego perecquiano. Y me pregunto si en las historias de Perec en LVIdU no hay analogías o metáforas, no «nos quieren decir esto o lo otro», sino que son simplemente juego y gusto por contar historias. Uno por supuesto puede imaginar interpretaciones, muchas y diversas, pero a la vez duda si eso es lo relevante. Esto del puro gusto por el juego y por contar historias me recuerda un aforismo de Bertrand Russell: The modern man thinks that everything ought to be done for the sake of something else, and never for its own sake. (El hombre moderno piensa que todo deber ser hecho por alguna razón externa, y nunca por el interés en sí mismo de aquello que se hace. In Praise of Idleness, 1932). Y también un artículo que traduje hace unos años de David Graeber: hacemos por puro gusto aquellas cosas que sabemos hacer bien y que nos reportan placer y alegría (2014, What’s the Point if We Can’t Have Fun?).

Antonio Sáseta me decía que esto de la X y la W le recordaba a Sherlock Holmes y a Agatha Christie.

Sí creo que es relevante la fascinación que genera en muchos de nosotros el personaje de Bartlebooth. Siguen unos párrafos que introducen al personaje, o más precisamente su proyecto de vida:

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[Cap. XXVI, pág. 147-149]

«Imaginemos a un hombre cuya riqueza solo se pueda comparar con su indiferencia por todo lo que la riqueza suele permitir, y cuyo deseo, mucho más orgulloso, estriba en querer abarcar, describir, agotar, no la totalidad del mundo — ese proyecto que se destruye con solo enunciarse — sino un fragmento constituido del mismo: frente a la inextricable incoherencia del mundo, se tratará entonces de llevar a cabo un programa en su totalidad, sin duda limitado, pero entero, intacto, irreductible.

»En otros términos, Bartlebooth decidió un día que toda su existencia quedara organizada en torno a un proyecto cuya necesidad arbitraria tuviera en sí misma su propia finalidad.

»Se le ocurrió esa idea cuando tenía veinte años. Fue primero una idea vaga, una pregunta que se hacía a sí mismo — ¿qué hacer? —, una respuesta que se iba esbozando: nada. No le interesaban el dinero, el poder, el arte ni las mujeres. Tampoco la ciencia, ni tan siquiera el juego. A lo sumo las corbatas y los caballos o, si se prefiere, imprecisa pero palpitante tras estas fútiles ilustraciones (aunque millares de personas orientan eficazmente su vida alrededor de sus corbatas y un número mucho mayor aún alrededor de sus caballos del domingo), cierta idea de la perfección.»

Comentario: El deseo de Bartlebooth, más orgulloso que los deseos convencionales, era abarcar, describir, agotar un fragmento del mundo: frente a la inextricable incoherencia del mundo, su pretensión era llevar a cabo un programa limitado, pero dentro de sus límites, entero, intacto, irreductible.

La idea de que lo que interesaba a Bartlebooth era «una cierta idea de perfección» me parece clave. Entendida la perfección, quizás, como control sobre lo que nos ocurre o pueda ocurrir. Como veremos, control al menos del marco o andamiaje de lo que pueda ocurrir.

Sigue la cita explicando las características del proyecto de Bartlebooth:

La idea se fue desarrollando durante los meses y los años siguientes, articulándose alrededor de tres principios:

Cap. XXVI, pág. 148

«El primero fue de orden moral: no se trataría de una proeza o un récord; ni escalar un pico ni alcanzar una fosa marina. Lo que Bartlebooth hiciera no sería espectacular ni heroico; sería simplemente y discretamente un proyecto, difícil, pero no irrealizable, dominado de cabo a rabo y que dirigiría la vida de quien se dedicara a él en todos sus pormenores.

»El segundo fue de orden lógico: al excluir todo recurso al azar, el proyecto haría funcionar el tiempo y el espacio como coordenadas abstractas en las que vendrían a inscribirse, con una recurrencia ineluctable, acontecimientos idénticos que se producirían inexorablemente en su lugar y fecha.

»El tercero, por último, fue de orden estético: el proyecto, inútil, por ser la gratuidad la única garantía de su rigor, se destruiría a sí mismo a medida que se fuera realizando; su perfección sería circular: una sucesión de acontecimientos que, al enlazarse unos con otros, se anularían mutuamente: Bartlebooth, partiendo de un cero, llegaría a otro cero, a través de las transformaciones precisas de unos objetos acabados.

»De este modo quedó organizado un programa que se puede enunciar sucintamente del modo que sigue:

»Durante diez años, de 1925 a 1935, se iniciaría Bartlebooth en el arte de la acuarela.

»Durante veinte años, de 1935 a 1955, recorrería el mundo, pintando, a razón de una acuarela cada quince días, quinientas marinas de igual formato (65 x 50, o 50 x 64 estándar), que representarían puertos de mar. Cada vez que estuviera acabada una de esas marinas, se enviaría a un artista especializado (Gaspard Winckler) que la pegaría a una delgada capa de madera y la recortaría, formando un puzzle de 750 piezas.

»Durante veinte años, de 1955 a 1975, Bartlebooth, de regreso en Francia, reconstruiría, siguiendo su orden, los puzzles así preparados, a razón, una vez más, de un puzzle cada quince días. A medida que se reconstuyeran las puzzles, se reestructurarían las marinas, de tal manera que pudieran despegarse de su soporte, trasladarse al lugar mismo en el que — veinte años antes — habían sido pintadas y sumergirse en una solución detersiva, de la que saldría una simple hoja de papel Whatman intacta y virgen.

»Así no quedaría rastro de aquella operación que durante cincuenta años habría movilizado por entero a su autor.»

Comentarios: Al final de cincuenta años de esfuerzo y dedicación el objetivo era que no quedase ningún rastro. Nada. Frente al habitual deseo de trascender la muerte y dejar algo nuestro en el mundo, quizás sea ese aspecto final del proyecto el que nos llame más la atención y nos fascine. Aunque desde un punto de vista actual inmediatamente se nos venga a la cabeza el consumo de energía y el aumento de entropía, y quizás también el gasto de «energía espiritual» invertida en el proceso.

Esto de un arte que no produzca como su resultado final una obra , un producto material concreto, susceptible de funcionar como una mercancía era característico de ciertas prácticas artísticas de la época como el accionismo, la performance o los happenings. Más tarde ya se inventarían las formas de mercantilizarlas, pero en su momento era un gesto de resistencia anticapitalista. Algo así se piensa también de la propia vida en nuestro tiempo en que el capital aspira a colonizar toda nuestra actividad. Mi grupo, hackitectura.net, en nuestra etapa más rebelde, participamos tambien de este espíritu: ¡y así es el desastre de archivo y de documentación de nuestro trabajo del que disponemos!

El «juego de Bartlebooth» es un juego dentro de otro juego, la novela de la que forma parte la historia, con su intrigante título La vida instrucciones de uso. Según leo «instrucciones de uso» o «mode d’emploi» podría ser una expresión para referirse también a la reglas de un juego. Y también a las recomendaciones de uso de un artefacto.

A Perec y al grupo OuLiPo le gustaba usar el término «constricciones» — que también podríamos llamar restricciones o reglas o incluso algoritmos — para describir las que usaban para construir sus artefactos literarios. Son muy comentadas por estudiosos y aficionados las constricciones que usó Perec para escribir La vida instrucciones de uso. Una de ellas la del tablero de 10×10 que representaba la sección del edificio y el algoritmo del salto del caballo para establecer el orden de la narración, que se ilustra en la imagen al inicio de este texto. La otra, más compleja de explicar, se basaba en veintiún pares de listas — listas de autores, mobiliario, animales, colores, sentimientos, música, adjetivos, tejidos, …– y unas reglas combinatorias para adjudicar a cada una de las cien (menos una) celdas (espacios de la sección del inmueble) 42 términos que el autor debía usar en el relato correspondiente. Dos de estas listas, «hueco» y «error», daban lugar a una variación adicional en la distribución de términos. Supongo que, ahora, con la moda de la inteligencia artificial, ya habrá quien haya probado a construir computacionalmente un relato o una serie de relatos alternativos a La vida con estos mismos algoritmos. [Una introducción sobre las constricciones usadas por Perec en La vida puede verse en las entradas correspondientes a la novela en las wikipedias en español e inglés.]

Es conocido para los arquitectos de mi generación la fascinación que tenía Enric Miralles con este método de las constricciones — inspiradas efectivamente en Perec — aplicadas en los proyectos de arquitectura. También se lo oí alguna vez a Pepe Morales en la Escuela de Sevilla.

Kim Nguyen [2024: 35] escribe lo siguiente sobre las constricciones / restricciones:

«Porque usó las restricciones para oponer gran resistencia a los lugares comunes y escribir de otra manera, paradójicamente más libre.

»Porque […] Ya lo dijo su amigo Harry Mathews: las restricciones utilizadas eran una especie de acceso al inconsciente mucho más eficiente que cualquier escritura automática.»

Una primer indicio de que el proyecto de Bartlebooth iba mal, a pesar de la apariencia de control, es su encuentro con Serge Valène, el artista que le había enseñado, durante diez años, a pintar acuarelas. Valène — como Winckler, Morellet, el químico que pegaba los puzzles una vez hechos, y Smautf, el secretario-mayordomo de Bartlebooth — vivía en los apartamentos de servicio del edificio. Se encontraron en la escalera [cap. XXVIII. Escaleras, 3, p. 157] y Bartlebooth lo saludó con una inclinación de cabeza y apenas lo miró. Escribe Perec: «Había en aquella mirada que lo evitaba algo mucho más violento que el vacío, algo que no era sólo orgullo u odio, sino casi pánico, algo así como una esperanza insensata, una llamada de socorro, una señal de naufragio».

Al final el proyecto de Bartlebooth, su plan de vida y respuesta a la pregunta del «¿Qué hacer?» fracasó. Me hace pensar en otra novela que frecuento como es La muerte de Iván Illich, de Tolstói. Aunque en Perec me parece más una parte del juego que nos propone. Menos trágico o moralista que en la obra de Tolstói.

El plan de Bartlebooth falla en primer lugar porque comienza a perder la vista. La vejez y la enfermedad pueden con su búsqueda de la perfección, aunque fuera una perfección limitada. Esto nos resultará familiar a muchos. El último puzzle intentaba hacerlo con la ayuda de una vecina joven que le describía las piezas que el ya no podía ver. En segundo lugar se presentó el contratiempo de un marchante de arte que se encaprichó con su obra, y que quería rescatar de la destrucción, a toda costa, las acuarelas reconstruidas. A lo que Bartlebooth, horrorizado, se opuso con todas sus capacidades. Un giro en el escenario financiero hizo que igual que había aparecido aquella amenaza contra el proyecto de aniquilación de la obra ésta también desapareciera de un día para otro. La tercera y mayor dificultad fue, no obstante, que Winckler, el artista que hacía los puzzles, los construía cada vez más difíciles de resolver. El giro final en que el hueco que quedaba tenía forma de X y la última pieza disponible forma de W se suele interpretar como un truco que Winckler habría puesto en juego en contra de Bartlebooth. ¿Por qué el modesto artesano Winckler hacía los puzzles cada vez más difíciles de resolver por parte del anciano millonario Bartlebooth? Hasta hacerlo fracasar. Es algo que Perec deja abierto a la interpretación de los lectores. Cabe señalar que Winckler murió antes de que llegase el momento X/W.

Tras haber pensando sobre Bartlebooth durante unas semanas, y antes, más difusamente, durante algunos años, la verdad es que no se me ha ocurrido nada demasiado interesante. Empecé muy fascinado con el personaje tras la primera lectura. Ahora, tras la tercera, lo veo más como un enigma que no sé resolver. Tampoco sé si habría que resolverlo. En cualquier caso, Bartlebooth destaca entre la vulgaridad más o menos general del resto de habitantes del edificio. Pero comparte con ellos la vaga melancolía que me transmite toda la obra.

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Referencias

Georges Perec, 2019, La vida instrucciones de uso, Anagrama Compactos 50, Barcelona

Kim Nguyen, 2024, Por qué Georges Perec, Ediciones la Uña Rota, Segovia

David Graeber, 2014 [traducción de J. Pérez de Lama, 2021], ¿De qué nos sirve si no podemos pasarlo bien?, disponible en: https://arquitecturacontable.wordpress.com/2021/06/16/de-que-vale-si-no-podemos-pasarlo-bien/


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