Las redes son nuestras, de Marta G. Franco, unos comentarios

Marta G. Franco, fotografía de Elvira Megías / editorial consonni


Reseña de José Pérez de Lama, aka osfa en los viejos tiempos de Indymedia

Las redes son nuestras. Una historia popular de internet y un mapa para volver a habitarla, Marta G. Franco, 2024, Consonni, Bilbao

Lo que nos perturba no son los hechos, sino nuestros juicios sobre los hechos. ~ Epicteto

Hay libros que me gustan o me interesan mucho, que me leo del tirón una tarde o una noche, y que nada más acabarlos, los vuelvo a empezar para leerlos de nuevo despacio, pensando y tomando notas. Éste está siendo uno de ellos.

En cualquier caso, Las redes son nuestras. Una historia popular de internet… me gustó muchísimo. En especial, la primera mitad — titulada Memoria de la innovación desde abajo [pp. 19-73]. Cuenta aquí, una historia que conocía bien, y de la que he leído múltiples versiones — incluso habré escrito alguna cosa yo mismo: la historia de Internet o internet, como prefiere escribir la autora. Pero no sólo son importantes los hechos sino que son importantes — para perturbarnos, para entristecernos o para alegrarnos — los juicios, las valoraciones y representaciones que hacemos de los hechos. Y eso es lo que hace la autora, cuenta más o menos la misma historia que conocemos a través de las narraciones míticas de Silicon Valley (Steven Levy, por ejemplo) y las hagiografías de sus personajes más brillantes, pero la cuenta de una manera muy diferente. Otra manera de ver las cosas que seguro que sospechábamos muchos, pero que ella articula con rotundidad y enorme verosimilitud: lo mejor de Internet y los entornos tecnológicos ha sido en gran medida el producto de la cooperación social de sus «habitantes» — como le gusta decir a Marta —, de las comunidades de usuarios. Y que lo que hicieron y siguen haciendo las empresas que se convirtieron en el proceso en las «Big Tech» — con sus socios financieros y políticos — ha sido parasitar, capturar y subvertir lo producido desde abajo.

Marta articula esta historia en lo que llama tres «robos» que se sucedieron en el tiempo. Antes de cada uno de estos robos, la gente, la multitud [?], llevábamos la iniciativa e íbamos «ganando». El primero de los robos, según la autora, fue la privatización de las infraestructuras de Internet que data en 1993 con una decisión del presidente estadounidense Clinton. Hasta entonces las infraestructuras de Internet habían sido públicas. Este robo lo conecta la autora con la primera ola que trató de mercantilizar la WWW, que movilizó ingentes cantidades de capital, y que terminó fracasando en la llamada crisis financiera de la empresas puntocom del año2001.

El segundo robo fue la captura de los nuevos usos de la red iniciados a finales de los 90 en que la gente no especializada empezó a construir los contenidos de la web de manera participativa — usando la web entre otros fines para el activismo, la organización social y la «producción biopolítica» (esto último lo añado yo). Lo que se llama “user generated contents”. Para la autora, la red Indymedia, que se estrenó en 1999 en las protestas contra la OMC en Seattle, representa paradigmáticamente aquella situación. De Seattle la red en pocos años se extendió a todo el mundo — Marta G. Franco y yo mismo estuvimos en el llamado Indymedia Estrecho (Andalucía y norte del Magreb). Este segundo «hackeo» popular de las redes coincidiría con el llamado «movimiento antiglobalización» y lo que la autora llama el movimiento hacktivista. En su día, desde mi entorno de hackitectura.net, propusimos la expresión «multitud conectada» para describir estos devenires entre gente y redes. Una expresión que tuvo un cierto éxito y aún siguen usando algunas autoras (v.g. Guiomar Rovira, 2023). La web 2.0 sería la reacción capitalista frente a aquella explosión de las «multitudes conectadas», que consistió en la captura corporativa del “user generated content“. Con la diferencia crítica de que el valor creado por la participación de la gente se lo apropiaban las que acabarían convirtiéndose en las Big Tech de la actualidad: E-bay sería la primera y la seguirían Google, Amazon, Facebook, Twitter, etc. Todo esto ocurría en la primera década del siglo. Muy rápidamente, como una historia en fast forward.

El último robo, de momento, y siempre según Marta Franco, es el que siguió al boom social de las redes sociales comerciales, Facebook, Twitter, en especial. En torno al 15M y movimientos homólogos por todo el mundo, se dio un uso radicalmente innovador a estas plataformas — en paralelo al uso de otras herramientas más hacker — convirtiéndolas como había ocurrido en la segunda etapa del «internet popular» en herramientas de organización y movilización política. La autora explica muy bien como el 15M en el caso de España tuvo una continuación de gran potencia, durante el menos una década que acabó llevando su influencia directa a muchos ayuntamientos (Carmena / Podemos / Ganemos en Madrid, proceso en el que participó activamente Marta G. Franco), e incluso al gobierno de la nación (los cuatro o cinco ministro/as de Podemos y ahora de Sumar). El tercer robo, entonces, sería la apropiación y subversión de estas formas de usar las redes sociales comerciales por parte de la reacción y la extrema derecha, con sus fake news, ejércitos de trolls y bots, etc. Esta toma de las redes por parte de la extrema derecha y perturbadores varios se ve favorecida por complicidad de las empresas tecnológicas en busca de interacciones, según se argumenta verosímilmente en el libro. El resultado, en palabras de la autora es que «las herramientas que antes nos fueron útiles ahora nos son ajenas. «Por supuesto, las plataformas de la Web 2.0 nunca fueron nuestras, pero durante muchos años nos sirvieron, más o menos, para dialogar, aprender, conocer gente, mantener amistades, difundir ideas disruptivas y hacer política. No nos imaginábamos que acabarían jugando en nuestra contra. Ahora, una alianza monstruosa entre las Big Tech y las fuerzas reaccionarias nos hiere desde esos espacios» [p. 72].

El libro explica muy bien estas cosas que me he limitado a apuntar, no sé si algo torpemente.

Otras citas, de la introducción, para apreciar el espíritu del libro y el estilo de la autora: «Repasar esta historia de victorias — porque si nos robaron tres veces es porque un rato antes, tres veces, íbamos ganando — no es un ejercicio de nostalgia impotente, es una herramienta para recordar que se puede ganar. Que Internet puede ser un territorio donde aprender, colaborar y avanzar hacia algo que se parezca mucho más al mundo en el que nos gustaría vivir» [p. 13].

«Igual que nos inventamos internet por lo menos tres veces, podemos volver a inventárnoslo ahora. Podemos idear futuros y hacerlos posibles. […] Porque Internet ha sido la gesta más descentralizada de la historia de la humanidad, la máquina más eficaz y eficiente jamás inventada para poner saberes al alcance de la mayoría y al servicio de la organización social desde abajo. Y, una vez más, le daremos la vuelta para que siga la aventura» [p. 17].


La autora ha participado intensamente y en primera línea en muchos de los procesos sobre los que escribe, desde hace casi 25 años, prácticamente todo el lapso temporal de la historia que cuenta. Esto para mí confiere al libro una potencia y una realidad que echo de menos en las típicas aproximaciones académicas. Gracias a eso quizás y probablemente a su formación y experiencia como periodista — entre otros en el desaparecido Diagonal —, la escritura es clara y directa, lo que me parece una maravilla. A veces usa expresiones informales o coloquiales que curiosamente no afectan la seriedad y rigor de lo que expone.

Después de la primera parte que he comentando el libro continúa con interés, desarrollando, entre otras cuestiones, una potente y convincente desmitificación de Silicon Valley y una visión o «mapa» de qué habría que hacer para recuperar un Internet al servicio de la gente. Esta parte también me pareció potente y bien articulada — me hizo sentir mala conciencia por tener mi cuenta de Mastodon abandonada y seguir aún con Twitter… —. En esta última parte plantea además una aproximación feminista y decolonial a las redes que, sin ser completamente nueva para mí, sí que me pareció de nuevo muy estimulante en su exposición.

Otra cosa a destacar es la estupenda bibliografía que usa. Muchos libros y artículos que me gustaría leer… Una pena quizás que no estén recogidos al final, sino sólo en las notas a pie de página lo que hace más difícil recuperarlos. Entre otros, quiero leer a Joy Risi Rankin, 2018, A People’s History of Computing in the United States, en el que se basa en buena parte su desmitificación de Silicon Valley. Y a Ben Tarnoff, 2022, Internet for the People: The Fight for Our Digital Future.

Para cerrar, mencionar la editorial, consonni, radicada en Bilbao — y no en Madrid o Barcelona — que recientemente publicó en español el extraordinario Seguir con el problema de Donna Haraway.

Como conclusión. Me gustó tanto el libro porque la historia que yo sentía como una tremenda derrota terminal: el estado de Internet en la actualidad comparado con nuestras esperanzas iniciales, Marta G. Franco la presenta como una batalla cultural y tecnológica en proceso, en la cual ha habido altos y bajos, y en la que como dice «los de abajo» hemos ido ganando y hemos llevado la iniciativa en múltiples ocasiones. Que el enemigo es mucho más chapucero y débil de lo que pretende ser. Y que tal como lo hicimos antes, podríamos volver a hacerlo en el futuro próximo. ¡Ojalá que sea así! — Muchas gracias a Marta por este gran libro, dando alegría a los corazones en tiempos tan difíciles.



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